Una vez más, de la mano del diario de mayor venta en la Argentina, el promocionado filósofo Fernando Savater ha aparecido por estas costas para hablarnos del tiempo que nos toca vivir, de los siete pecados capitales y del terrorismo. Es en relación a este último tema, y a los hechos ocurridos en Londres, que nos ha dejado algunas perlas cultivadas de la filosofía universal contemporánea.
Cuestionando la “retórica cantinela” respecto al dilema que despierta el debate sobre la relación entre libertad y seguridad, e inclinándose por una mayor preponderancia de la segunda –cosa que me hace recordar la disquisición entre libertad y libertinaje en mis clases de colegio sobre Formación Moral y Cívica, durante la última dictadura argentina-, Savater asegura estar convencido que las autoridades europeas no son responsables por lo que viven hoy sus sociedades. Los actores del conflicto se dividen en un “ellos”, los “terroristas islamistas”, y un “nosotros” los ciudadanos de sociedades democráticas. Reduccionismo etnocentrista que desconoce a una importante porción del mundo que también vive y padece el terror. Algo lejos de casa, claro está...
Como hombre de pensamiento, Savater no se olvida que toda conflicto tiene causas, pero su desesperación por proteger “los mejores logros de nuestras sociedades” lo llevan a, cuanto menos, burlarse de ellas, entre las que incluye “la injusticia universal” y el “Pecado Original”.
Decide ignorar, y no por falta de conocimiento, una sistemática política de reparto imperial del tercer mundo, política que incluyó invasiones militares, exacciones económicas, asesinatos políticos, alianzas corruptas, golpes militares, crisis económicas y también sociales inducidas por los propios poderes financieros mundiales. Y esto no es historia. Ocurre hoy en día y los responsables son funcionarios de esas mismas democracias occidentales.
Al filósofo poco le importa, además, que en su pequeño mundo civilizado puedan ir presos periodistas por intentar desentrañar la verdadera trama de la vergonzosa invasión a Irak, que profesores puedan ser linchados moralmente por preguntarse ante sus alumnos sobre las motivaciones no oficializadas de los ataques terroristas, como así tampoco se ve que le importa que un inmigrante pueda ser asesinado con ocho balazos en la cabeza por ser sospechoso. Para Savater, “lo más importante intelectualmente hoy no es tanto comprender los motivos de los terroristas, sino los nuestros”, y en esta línea de pensamiento llegamos a las brutales declaraciones del presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Francisco José Hernando, justificando las ejecuciones policiales.
Esta es la traslación al terreno internacional de actitudes que se han venido desplegando en el llamado “conflicto vasco”. Negando causas, negando a actores sociales, negando libertades, negando los excesos del Estado.
Debo entonces concluir que con tantas negaciones lo que se pretende, en definitiva, es sostener la gran negación a encontrar una decisiva solución a estos problemas, a través de la instauración de un nuevo orden internacional más democrático e inclusivo, privilegiando acciones de fuerza que se pretenden moralmente superiores.
Atajos hacia el abismo. Porque, como afirmara recientemente el consejero Joseba Azkarraga en Naciones Unidas, “tan difícil como lograr la paz es sentar las bases para garantizar que esa paz resulte sólida y duradera. Y es que la paz es algo más que mera ausencia de violencia. La paz, la verdadera paz, debe estar edificada sobre los cimientos de los derechos políticos, sociales, económicos y culturales. Debe apoyarse en la justicia social, en la dignidad de las personas y en la de los pueblos”.
Leandro Etchichury
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