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16 de febrero de 2005

¿Dónde está la frontera?

Javier Ortiz

¿Tiene el vecino de Almería o de Ceuta tanto derecho a decidir sobre el destino de Euskadi como el ciudadano vasco? ¿Ha de poder éste meter baza en los asuntos que conciernen al porvenir de La Laguna o de Trujillo con la misma autoridad que los nativos de ambas ciudades?

No respondan de inmediato. Permítanme que siga formulando preguntas.

Esta otra, por ejemplo: ¿En razón de qué se ha de conceder voz y voto en las grandes opciones de Galicia al censado en Palma de Mallorca pero no al habitante de Viana do Castelo, mucho más directamente concernido por ellas? O bien: ¿por qué deberá pesar más la opinión que tenga sobre los problemas de la población donostiarra un señor de El Ejido, pongo por caso, que otro de Hendaya, cuya proximidad, física y cultural, y cuyo conocimiento sobre la materia tratada son llamativamente superiores?

Créanme: no hay respuestas sencillas para estas cuestiones.

Prosigamos por la vía antipática: ¿por qué hubo de plegarse la población de Almería, que votó mayoritariamente en contra del Estatuto, y se vio obligada a aceptar incluso que se rectificara la legalidad para sacar adelante un proyecto autonómico que había rechazado, y se jalea en cambio a las autoridades minoritarias de Álava cuando proclaman su disposición a separarse del País Vasco si éste toma rumbos colectivos que no les gustan?

¿La decisión de qué colectividad ha de ser la que se imponga por encima de cualquier otra? ¿Ha de pesar más la voluntad de la población de la UE, considerada en su conjunto, que las de las poblaciones de los estados que la integran? ¿Han de ser éstas las que primen sobre el conjunto europeo, de un lado, y sobre los pueblos sin estado que eventualmente las conformen? O, por decirlo de otro modo: ¿Dónde debe establecerse la frontera de la autodeterminación? ¿En la ciudad? ¿En la comarca? ¿En la provincia? ¿En la región? ¿En la nacionalidad? ¿En la nación? (¿En qué nación? ¿Cómo se sabe qué es una nación?) ¿En la entidad supranacional? ¿En las Naciones Unidas? ¿En el universo entero, considerado como colegio electoral único?

Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta unívoca, jurídicamente incontestable, científica. Todas ellas dependen de algo que ningún manual de Derecho internacional podrá fijar más allá de intereses particulares: las relaciones de fuerza.

¿Por qué los países bálticos, o Ucrania, pudieron separarse de Rusia? Porque sus poblaciones decidieron que estaban dispuestas a arriesgar más para separarse que lo que Rusia estaba dispuesta a jugarse para mantenerlas bajo su control. Así de sencillo. Así de terrible.

En España acabaremos haciendo lo que resulte del equilibrio que se establezca -que ojalá se establezca- entre lo que unos reclaman que se haga y lo que otros estén dispuestos a perder para que no. Nada que tenga que ver con derechos.

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