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23 de octubre de 2007
Mayor Oreja no condena el franquismo
Deia
Begoña Errazti Esnal
Que Mayor Oreja no condene el golpe militar franquista no es novedad -aunque no por ello pierda su preocupante significado-: de aquellos padres, estos hijos. Pero sí lo es el hecho de que realce con descaro aquel momento de terror, explosión de odio y aniquilación de las ideas de progreso y nacionales vascas.
Somos muchas personas las que de una manera u otra hemos sufrido en nuestra familia la represión más feroz: condenas de muerte, cárceles, robo de patrimonio... y un largo etcétera que provocaron aquellos que ahora el señor Mayor Oreja dice que "vieron aquella época con naturalidad y normalidad".
Con naturalidad la verían sus cachorros, algunos de ellos enriquecidos ilegalmente y aupados a niveles sociales que no habían soñado sus padres. Es verdad, es difícil condenar los actos de un padre o de un abuelo. Pero en un demócrata de verdad sería necesario. Y todavía es mayor esta obligación moral en quienes tienen responsabilidades políticas, y por tanto, deben dar ejemplo. Pues la verdad, la justicia, el reconocimiento y la reparación a las víctimas no serán totales en tanto que no sean compartidas profundamente, y asumidas públicamente.
Han pasado treinta y dos años desde la muerte de Franco, y hace tan sólo unos días se aprobaba en el Congreso de los Diputados una Ley de Memoria Histórica que nace coja, precisamente por su falta de coraje ético y político para abordar el pasado con verdad y justicia. Que el texto no afronte la nulidad de las sentencias judiciales dictadas bajo aquel régimen o el derecho a exigir responsabilidades judiciales a quienes las tuvieron durante el fascismo español, como se está haciendo en países que padecieron dictaduras militares más recientemente como Argentina, demuestra la gran -la principal- tarea aún pendiente.
Tal es la sensación de impunidad en torno al franquismo que no sorprende -aunque alarme- escuchar a día de hoy a un líder del PP hablar con el cinismo mostrado por el señor Oreja, que recuerda a la chulería de los falangistas, requetés y militarotes de la época, que impusieron sus tesis más retrógradas en la convivencia, volviéndola cruel y sucia (todo era pecado), pretendiendo salvar nuestras almas por las armas, parece que con la ayuda inestimable de la jerarquía católica.
Es cierto. Urge resarcir de una vez por todas a los familiares de los fusilados, muchos aún indignamente ocultos y enterrados en las cunetas; de los desaparecidos represaliados, de los encarcelados y exiliados; en definitiva, todos los damnificados por aquel golpe militar contra un gobierno legítimo salido de las urnas; por la guerra, y después por la dictadura. Y durante la llamada Transición, como recordó en el pleno nuestro grupo parlamentario.
Es necesario resarcir de una vez por todas a la sociedad de las terribles consecuencias humanas, políticas, culturales y para la convivencia que supusieron los 40 años de vulneraciones de derechos humanos y de las más elementales libertades individuales y colectivas del franquismo. Porque eso es lo que supuso. Aunque Mayor Oreja diga que muchas familias vivieron aquella época "en paz y tranquilidad", la mayoría vivió -vivimos- el horror, el miedo, el dolor, la humillación y la represión más atroz.
Pero sobre todo es necesario defender a las generaciones futuras de la grave herencia que ha dejado un régimen cuyo espíritu pervive de una forma preocupante en múltiples ámbitos del Estado y late renovado en algunas personas y grupos, que contrariamente a la conciencia humana y civilizada, no solamente no ven la necesidad de rechazar el franquismo sino que lo ensalzan abiertamente. No extraña que salgan en defensa del señor Oreja compañeros de su partido como Eduardo Zaplana, Ángel Acebes o María San Gil, que no hallan razón para la crítica a unas palabras que en el fondo comparten. Y apelan al pedigrí político del eurodiputado: "Un demócrata de la cabeza a los pies", dicen.
La verdadera herencia del franquismo, su verdadero triunfo político, ha sido haber domesticado al progresismo y la izquierda española, de tal forma que jamás -como le ocurre ahora al PSOE- defienda otra cosa que no sea la España del PP: esa España indivisible cuya garantía de salvaguarda es en la Constitución de 1978 el Ejército español.
La dictadura franquista fue una lección. Una lección de violencia y autoritarismo para doblegar conceptos y conciencias, incluso con la imposición de una Monarquía decadente. Por eso, lo triste, lo lamentable, no es que Mayor Oreja ensalce el franquismo, sino que el PSOE no se haya atrevido a ofrecer la debida reparación y memoria a aquellas víctimas del 36.
* Es presidenta de Eusko Alkartasuna
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