Nos dicen que pensar el siglo XXI en término de estados nacionales es un anacronismo. Que los mismos están cediendo importantes porciones de soberanía. Que las fronteras nacionales se están borrando. Que la idea de construir nuevas naciones soberanas es producto de mentes afiebradas, cuando no cavernarias.
Pues bien, quisiera recordar que a la par del proceso que vive la Unión Europea, ejemplo omnipresente en estos casos, hay también estados que levantan muros de concreto para dividir naciones: Estados Unidos lo hace con México, Israel con Palestina. Y qué de lo que ocurre en Ceuta y Melilla?
Precisamente, se trata de buenos contraejemplos de estados que no están muy dispuestos a ceder espacios de soberanía, sino más bien se esfuerzan por conquistar la de otros. Ahora bien, que en un determinado momento histórico numerosos gobiernos hayan resuelto delegar funciones al “mercado” es una cuestión de decisión puramente política y no una predestinación divina, y por lo tanto irrevocable.
Estas proclamas que nos prometen viajar sin frenos hacia la “aldea global”, vienen de la mano del triunfo del “modelo único”, de la globalización de los capitales -que es la única globalización que existe-, del triunfo de un modelo neoliberal al que le interesa romper las barreras estatales para multiplicar la tasa de ganancia del capital concentrado, poder este que al mismo tiempo busca la protección de su respectivo estado de referencia cuando su propia fuerza no basta para imponer sus deseos. Así podemos ver que los países centrales y “sus multinacionales” son socios en esta tómbola mundial.
Precisamente, las principales usinas que propalan el final de los estados-nacionales tienen origen en países que bien saben defender su soberanía, y utilizan su propio peso para influir en los distintos organismos internacionales en pos de sus intereses estratégicos.
Por qué el Congreso estadounidense vetó la venta de la compañía petrolera Unocal a la estatal china Cnooc si no fue por considerarla estratégica para sus intereses nacionales? No fue, acaso, el gobierno alemán el que presionó a la Argentina para que la empresa Siemens no perdiera un escandaloso negocio para la elaboración de documentos de identidad? Y el rechazo francés a PepsiCo para que no se quedara con Danone?
Como afirma el abogado Nuri Albala en la edición argentina de Le Monde Diplomatique (septiembre 2005): “En realidad, lo que los Estados abandonan no es su soberanía, sino el poder de los pueblos de controlar el mundo que se está construyendo”.
Así como cuando Europa comenzó a consolidar sus estados-nacionales se extendió por el mundo un modelo que en algunos casos tuvo consecuencias dramáticas (véase sino lo que ocurrió en el Africa subsahariana), ahora, con la experiencia de la Unión Europea muchos cacarean la llegada del fin de las soberanías nacionales, mas sus definiciones de poco sirvieron a la hora de explicar el contundente NO de los ciudadanos franceses y holandeses a la llamada “Constitución europea”.
Esto me hace recordar que las inferencias resultan a veces convenientemente antojadizas, como la ocurrida en el poblado bonaerense de Luján (Argentina), lugar donde antaño la terquedad de unos bueyes que trasladaban en carreta una imagen de la Virgen María dio lugar a la bendición de su afincamiento en el lugar, y posterior construcción de una catedral, mas la reciente caída en picada de una enorme cruz de hierro, desde la cúpula de esa misma catedral, no dio espacio, llamativamente, a interpretación alguna.
Toda esta perorata viene a cuento respecto al inoportuno -para algunos, y muy oportuno para otros- debate que se ha instalado al sur de Euskal Herria sobre si es más idóneo, en los tiempos que corren, hablar de “cosoberanía” que de la tan temida palabra “independencia”. Para aquellos que lo quieran mirar como un “tomaydaca”, la lógica de toda negociación señala la importancia de llegar a la mesa con posturas de máxima para obtener un resultado satisfactorio. Y he aquí lo preocupante, ya que quienes se manifiestan por la “cosoberanía” es gente con experiencia en negociaciones.
Es por todo lo antedicho que sigo optando por la independencia, y más cuando llegue –si es que la sabemos conquistar- la hora de un proceso negociado con el Estado español como contraparte.
Considero que, en el actual momento que vive Euskal Herria, debemos lograr demostrar al mundo que existe un pueblo que, por medios democráticos, pretende hacer valer su voluntad soberana para defender su identidad y sus valores, en un tiempo en el que la ley del más fuerte se ha consolidado como norma. Ante este desafío, las dudas y divisiones dentro del movimiento nacionalista vasco poco ayudan si lo que se pretende es alcanzar como comunidad ese objetivo.
No se si los estados-nacionales, tal como los conocemos, habrán desaparecido para finales del corriente siglo, pero lo que si está claro es que hoy están presentes y definen políticas, por acción u omisión, pero las definen.
Todas las naciones, fuertes o débiles, tienen aún hoy en el Estado la principal herramienta para defender su entidad y dignidad como colectivo social. No por otra cosa, los representantes del capital especulativo fueron los principales impulsores de las políticas que propiciaban su debilitamiento.
Alexandre Gusmão, primer presidente de la naciente Timor Oriental, nos deja testimonio de ello cuando afirma que “me vi obligado a ir personalmente a pedir a las autoridades onusinas que se fueran inmediatamente después de la Declaración de Independencia porque, hacia el final de la misión, presentía que en cualquier momento podía suceder lo peor. Había muchas frustraciones y malentendidos, el choque cultural era evidente. (…) Los timorenses eran relegados, no tenían empleo. Mis compatriotas eran de hecho los espectadores de una puesta en escena financiada con el dinero que los donantes habían tenido a bien darnos”.
Es tiempo de objetivos claros, convicciones firmes e inteligencia política. La unidad de los nacionalistas vascos para lograr el reconocimiento del derecho como pueblo a la autodeterminación es la clave que permitirá tender puentes hacia otros espacios sociales y políticos, de manera de construir un camino a través del diálogo, el debate de ideas y, por sobre todo, el respeto a la voluntad popular. De otra forma, el adversario político sabrá jugar a su favor con nuestras desinteligencias.
Leandro Etchichury
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