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12 de junio de 2006

Carlos Garaikoetxea: «Ibarretxe me ha asegurado que no avalará una mera reforma estatutaria»

El Diario Vasco
Insiste en que es un 'outsider' de la política, pero Carlos Garaikoetxea vislumbra el horizonte convencido de que en Euskadi se van a mover muchas cosas, una vez que se inicie el diálogo con ETA. Lo más complicado, opina, llegará con la mesa de partidos, para la que ya anticipa posiciones nacionalistas firmes en defensa del derecho de decisión.

-¿Cómo vive este momento?

-Esperanzado, consciente de las dificultades, cauteloso por experiencias pasadas, pero creo que hay una etapa que avanzará de manera fructífera. La llamada 'mesa técnica' entre ETA y el Gobierno español creo que irá resolviendo su agenda satisfactoriamente y será la llamada mesa política la que traerá complicaciones. Una controversia política, eso sí, sin violencia.

-¿Hay prisa en el mundo nacionalista vasco?

-Más que prisa, en el mundo nacionalista vasco hay una cierta cuquería, o una cierta cautela en los partidos estatales, en el PSOE en particular, por la eventual interferencia entre las dos mesas o por la presión que pudiera dirigirse desde ETA en la mesa técnica hacia lo que se estuviera aceptando en la mesa entre partidos. Una vez más estaríamos cayendo en la paradoja de que quienes dicen que ETA no debe marcar las agendas se la encomendaran una vez más. Somos mayores de edad todos como para saber qué interferencias deben permitirse y cuáles no, y no está muy claro por parte de todos que no debe haber interferencias entre ambas. Por consiguiente, las tácticas dilatorias no son de recibo.

-¿Pero habrá simultaneidad entre ambos procesos?

-Habrá una razonable demora para la constatación de que la cosa va en serio, que la tregua es auténticamente permanente, pero más allá de eso no se debe demorar.

-¿Pero sobre la amenaza de la vuelta a la violencia es posible cerrar nuevos acuerdos políticos?

-Hombre, yo creo que hasta el presidente del Gobierno ha barajado la posibilidad de ir avanzando en los acuerdos políticos aunque no se haya cerrado la mesa técnica por completo. Qué duda cabe que en teoría lo deseable es que se haya zanjado previamente toda estrategia violenta. Pero son procesos en los que ir con esquemas rígidos y querer deslindar lo que es político de lo que es técnico es muy complicado cuando, por ejemplo, se tienen que abordar cuestiones relacionadas con presos que están condenados por cometer delitos que tienen detrás una determinada convicción política. El cese de la violencia debe ser incondicional, no debe haber precio político, pero a la vez siendo conscientes de que un problema de medio siglo no se resuelve de la noche a la mañana con posturas inflexibles y con posiciones como las que ironizaba muy bien el ministro Rubalcaba cuando decía en torno a una supuesta reunión con ETA que los representantes del Gobierno preguntaban: «¿Se rinden ustedes? No. Ah, pues adiós, buenas tardes».

-La izquierda abertzale reclama ya una amnistía...

-En el horizonte está sin duda una solución al problema de los presos si se llega a una conclusión inequívoca de que ha cesado la violencia. En esto hay que tener perspectiva histórica y talla de hombres de Estado. Cuando los carlistas y liberales se daban el abrazo de Bergara, aquellas gentes que se estuvieron sacando las tripas en una guerra tan dura vieron que se respetaban los grados y los cargos del bando perdedor. El arreglo fue posible.

-Respecto al futuro político, Zapatero dice que los vascos decidirán su futuro dentro de la ley.

-He citado antes al abrazo de Bergara y a Espartero porque fue en 1839 cuando el acuerdo por el que se respetaba el régimen foral con la muletilla «sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía» fue la gran trampa en el respeto a los fueros. Una vez más el «sin perjuicio» a la legalidad vigente, es decir, algo aparentemente razonable, es una trampa. Madrid ni siquiera quiso negociar el proyecto de nuevo Estatuto vasco, no quiso explorar la especificidad que aportaba a ese proyecto la invocación de los derechos históricos. Si los derechos históricos significan algo, significan retrotraerse a unos ámbitos competenciales que dentro de los esquemas de la época tuvieron un alcance insospechado. O si no significan nada eran pura retórica en la Constitución, que era lo que nos temimos en su día.

-Pero se tiene que respetar la legalidad...

-Habría que discutir dónde termina la legalidad para avanzar en un replanteamiento del autogobierno vasco, como lo podría haber hecho, quizá para beneficio de todos, una comisión constitucional que ni se quiso constituir. Si la legalidad es una Constitución que no quiere admitir las especificidades que pueden encerrar esos derechos históricos es una legalidad que no ha sido aprobada por el pueblo vasco. ¿Se podrá estar siempre esgrimiendo esa legalidad contra una voluntad patente, reiterada y mayoritaria de un pueblo? Creo que no. De manera que sería una forma de convertir el conflicto en endémico y entonces habría que pensar que habría que cambiar esa legalidad. Si los derechos históricos no dan de sí y me temo que con los tribunales que tenemos no van a dar de sí, lo que habría que hacer es cambiar la legalidad.

-¿Cree que, como dice Josu Jon Imaz, es posible acordar el derecho de decisión a partir del actual marco, desde los derechos históricos?

-Me gustaría ser tan optimista como lo es Imaz, pero yo, que ya me opuse a esa formulación en la época constituyente, porque era una esparterada, no soy tan optimista. Pero si hubiera voluntad por parte del Estado a la hora de interpretar ese círculo vicioso, podría dar mucho de sí. El sistema foral se entroncaba con una especie de confederación monárquica en el Antiguo Régimen.

-¿La llamada 'cuestión vasca' tiene salida a través del pacto transversal entre nacionalistas y no nacionalistas?

-Cada momento tiene su afán. Y en política hay que ser honesto, para no hacer política testimonial, diciendo a dónde hay que llegar pero sin explicar cómo. Eso nos hizo ser pragmáticos en el año 79 porque las circunstancias nos exigían serlo en un país destrozado como estaba entonces. No sé qué puede dar de sí un nuevo pacto, ha pasado más de un cuarto de siglo, la situación es muy diferente y todos tenemos derecho a que nuestro pragmatismo no llegue a los extremos que tuvo que llegar en su día por responsabilidad. Yo creo que la transversalidad esconde el deseo de arrogarse un derecho de veto de quienes prevén que pueden estar en minoría. El consenso es lo más deseable, pero sin el consenso no hay más ley que la de la mayoría.

-Pues la izquierda abertzale defiende ahora que la solución pasa por un acuerdo con el PSOE.

-Es posible que piensen así, no sé si será una posición táctica, Dios me libre de hacer un proceso de intenciones a nadie. Los polimilis fueron en su día durísimos y hoy ya sabemos dónde están, en el PSE en buena medida, de manera que no sé cuál puede ser la trayectoria del MLNV dedicado a hacer política, en todo caso me felicito de que haya una evolución en ese mundo, que desea llegar a entendimientos con el PSOE A mí también me gustaría. La cuestión es si eso va a ser posible.

-¿Teme que el PNV vuelva al autonomismo de la época de Ardanza?

-Me gusta ser respetuoso con las posiciones de otros partidos y otorgo un margen de muy buena fe a todo aquel que evoluciona. Dicho esto, considero que sería un gran error porque aquel autonomismo significó tremendas renuncias. Quiero recordar que cuando estábamos negociando en 1987 un nuevo gobierno entre EA, el PSE y EE, y a mí se me invitó a ser lehendakari, estábamos manteniendo unas negociaciones sobre materias trascendentales que se arruinaron para siempre por la irrupción de un PNV que entró incondicionalmente en una negociación de gobierno. Y luego durante 14 años, ese supuesto pragmatismo fue un desastre para el autogobieno vasco. La experiencia para mí desaconseja volver a aquellos tiempos.

-¿Piensa que se ha producido o no ese giro autonomista?

-Hasta la fecha no. El programa estratégico se mantiene en el mismo Gobierno Vasco. Soy un outsider de la política, pero sí puedo acreditar, porque me lo ha asegurado el lehendakari Ibarretxe, con el que he tenido una relación directa y periódica, que el Gobierno y él mismo mantienen una misma línea que no avalará una mera reforma estatutaria.

-¿Este mensaje sintoniza con lo que dice Josu Jon Imaz?

-¿Había sintonía entre lo que en su día decía Felipe y Guerra? En política abundan los repartos de papeles, pero sí parece que Imaz está introduciendo un giro a su política a juzgar por las críticas que desde su partido le dirigen.

-¿Cómo ve el papel que está desarrollando ahora Xabier Arzalluz?

-Si yo hablara de Arzalluz alguien diría que estoy haciendo ahora una especie de ajuste de cuentas. Probablemente alguien entenderá hoy cosas que sucedieron en el pasado dentro del PNV como podrán haber entendido cosas que pasaron también cuando un político como Emilio Guevara fue el principal ariete que tuvieron mis gobiernos en aquel entonces con íntima comunión con quien entonces presidía el PNV.

-¿Intuye que puede haber un entendimiento entre PNV y PSOE para abordar una reforma estatutaria?

-Es posible, aunque no digo que sea seguro. Tenemos muchas experiencias posibles, incluso cuando éramos socios de gobierno tenían ya sus pactos hechos tal como confesó el propio Arzalluz en sus propias memorias, o en las que le escribieron.

-¿Pero podría ser una nueva salida pactista?

-Sería una salida en falso. A estas alturas estamos hablando de algo mucho más profundo a lo que aspira la mayoría de la sociedad vasca, por ejemplo, respecto al derecho de autodeterminación. Una mayoría no sólo en escaños sino de voto popular. El derecho a decidir y la asunción de la realidad de que hay un problema territorial, que puede tratarse con fórmulas conciliadoras por parte de todos, son puntos ineludibles.

-Pero Euskadi no es Montenegro...

-En esto hay muchas trampas. Solana, que hablaba del 'deliriums tremens', tenía que haber sido considerado con ilustres de su partido como Rubial y compañía que llevaron con nosotros la pancarta de la autodeterminación. No se pretende evocar similitudes históricas ni sociológicas, sino principios democráticos sobre la manera de resolver problemas nacionales, aunque no estén recogidos en el derecho positivo.

-¿Se puede negociar el derecho de autodeterminación?

-Es un principio democrático. Si en la dialéctica política uno renuncia a sus propias propuestas está perdido. Pero se pueden negociar fórmulas de cómo ejercerlo, qué calendarios, con qué mayorías, qué períodos, qué demoras.

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