por Antxon Belakortu
Se cumplen once años de la firma del acuerdo de Lizarra-Garazi. Once años desde que ETA iniciara la tregua más larga y esperanzadora de su historia. Once años desde que pudimos vislumbrar la ansiada normalización política. Once años desde aquella vez que muchos cargos públicos y representantes políticos vascos recibieron la noticia de que podían salir a la calle sin escolta.
No era la primera tregua que vivíamos los hombres y mujeres de mi generación, la que nació con las primeras acciones armadas de ETA, gateó con el Proceso de Burgos y no pudo estrenarse en las urnas diciendo Ez a la OTAN por apenas unos meses.
Recuerdo, más o menos nítidamente, la disolución de ETA pm y más conscientemente la convulsa segunda mitad de la década de los 80. Argel, la muerte de Txomin Iturbe y sus posibles consecuencias en el proceso negociador, y las continuas noticias sobre altos el fuego y conversaciones que apenas duraban un suspiro fueron el inagotable alimento de las tertulias en la época estudiantil. Pero aunque los años más jóvenes son también más propensos a la ilusión, aquella tregua, aquellos movimientos negociadores de Argel, no generaron las mismas expectativas que el proceso de Lizarra. Y ahora sé por qué.
En todos los movimientos negociadores de 1988-89 los protagonistas eran ETA y el Gobierno español, mientras que en la tregua del 98, de la mano del acuerdo de Lizarra-Garazi, el protagonismo recayó en la sociedad vasca y sus representantes, los agentes políticos, sociales, económicos y sindicales. Esto fue lo que generó ilusión, expectativas de un cambio real y de un paso adelante que ETA se encargó de frustrar y que al Gobierno español no parecía hacerle muy feliz.
Aquellos escasos catorce meses fueron realmente ilusionantes, por primera vez vi luz al final del túnel. Cada nuevo hito nos llenaba de esperanzas: la creación de Udalbiltza -por fin teníamos una institución nacional- o el acuerdo de gobernabilidad entre Eusko Alkartasuna, PNV y Euskal Herritarrok y finalmente los partidos abertzales se ponían de acuerdo temas tan básicos como la defensa de las selecciones nacionales, para aspectos tan prosaicos de la vida política como la gestión diaria del Gobierno vasco y para reivindicaciones siempre polémicas como el acercamiento de los presos a Euskal Herria. Todo eran pasos adelante, todo parecía posible, actuábamos con un país, ése que va desde el Ebro al Adur, como repetía aquél que nos ilusionó porque creímos que era capaz de hablar con voz propia.
Precisamente porque fue una etapa política tan especial, de política con mayúsculas, me quedé francamente desconcertado cuando años después leí en una entrevista a un responsable vasco del PSOE que había vivido aquel año con increíble angustia y que lo recordaba como un periodo especialmente negro. Está claro que en esa declaración se encierra la lección que debemos aprender los abertzales. La unidad de acción que fuimos capaces de escenificar en los catorce meses que van desde la declaración de Lizarra-Garazi a la ruptura de la tregua fue lo que realmente preocupó a las fuerzas unionistas, lo que les hizo tentarse la ropa y hasta moverse, y eso que en aquel momento el presidente del Ejecutivo español era José María Aznar y que en Euskal Herria sufríamos a esa triada de infausto recuerdo que componían Redondo Terreros, Mayor Oreja e Iturgaiz.
En 1998 y en 2009 el milagro que puede provocar el cambio en Euskal Herria, un cambio de verdad no uno meramente coyuntural o electoral, se llama unidad de acción abertzale y pasa por el abandono de las armas por parte de ETA. Si a algo le tiene miedo el Estado es a que los abertzales hagamos política, busquemos nuestros puntos en común y actuemos como una sola fuerza con el objetivo de convertir a Euskal Herria en una República Vasca en Europa. Por eso, para algunos no hubo etapa más oscura que la de Lizarra-Garazi, aunque no hubiera atentados.
Decir esto no es un ejercicio de voluntarismo o de cabezonería por defender la vía que ha elegido Eusko Alkartasuna desde su nacimiento. Hablamos con conocimiento de causa. Hace once años lo demostramos y debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en generar el movimiento que nos lleve otra vez a ese momento ilusionante, en el que todo era posible.
* Portavoz de Eusko Alkartasuna en el Ayuntamiento de Gasteiz
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