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16 de enero de 2005

«Con una represión feroz, España no podría presentarse en Europa»

Carlos GARAIKOETXEA - Ex lehendakari del Gobierno de Lakua
Gara

Garaikoetxea mira al momento actual desde la perspectiva de tres décadas de responsabilidad política al máximo nivel, y observa garantías suficientes para dar el salto hacia la emancipación nacional. Advierte de que habrá momentos duros, pero se muestra convencido de que el Estado español tendrá que afrontar el reto «quiera o no».

­El 30-D en el Parlamento de Gasteiz hubo sonrisas, caras de póker, y también rostros de preocupación. ¿Cuál fue la suya cuando vio que el plan de Ibarretxe iba a salir aprobado?

Para mí y para otros muchos compañeros, incluidos los allí presentes, lo que predominó fue la sorpresa, aunque yo ya había comentado que me sorprendía que Batasuna no votara a favor, por varias razones. No precisamente por entusiasmo con el plan, pero sí, por ejemplo, por adquirir un protagonismo extraordinario en la escena. Y también por, digámoslo eufemísticamente, contemplar la autenticidad de algunas posturas. Pero es cierto que hubo caras de preocupación, y hasta de desolación diría yo.

­Josu Jon Imaz ha citado el referente de la negociación entre usted y Adolfo Suárez, ¿qué paralelismos y qué diferencias hay entre aquel momento y ahora?

Los momentos son absolutamente diferentes. Entonces estaba el gravísimo riesgo de un retorno a una dictadura, que sería de un alcance imprevisible. Y teníamos unas enormes urgencias en el país. Eso requería un esfuerzo de pragmatismo muy especial. Había que apuntalar el país en el orden lingüístico, porque el euskara estaba en trance agónico en muchos lugares. En el orden económico y social, la situación era espantosa, con un 25% de paro. El PIBcaía un 5 ó un 6% anual, lo que hoy es una barbaridad. Y había un expolio fiscal, porque el Estado se llevaba más del 80% de los recursos imprescindibles para apuntalar esa industria que se hundía... Así que hubo que llegar a un acuerdo que fue un compromiso táctico. Evidentemente, nuestros objetivos estratégicos iban mucho más lejos. La negociación, de cualquier modo, tuvo mucha más dureza de la que hoy imaginan algunos...

­¿Por ejemplo?

Hay que recordar que desde los dos extremos del espectro político hubo una oposición a la fórmula adoptada. Los paladines del Estatuto de hoy de la derecha son los herederos de aquella Alianza Popular que votó en contra. Y en el nacionalismo había una fractura que hoy pervive; en eso hay ciertas semejanzas. La negociación fue muy dura porque el partido del Gobierno español puso multitud de «motivos de desacuerdo», como se llamaban entonces. Pero el acuerdo contenía elementos para apuntalar el edificio: recuperábamos los recursos del país, y eso permitió solventar crisis de los sectores básicos y dar la vuelta a la situación. A las pruebas me remito. Naturalmente, como siempre sucede con estos principios legislativos básicos, había muchos conceptos indeterminados, y ahí está siempre el re- curso para quienes tienen voluntad política y quienes no la tienen. Por eso, siempre digo que la reforma la ha hecho el Estado con una utilización desleal y restrictiva de esos conceptos indeterminados, sustrayendo al país buena parte de las potencialidades del acuerdo.

­¿Yel derecho de autodeterminación? Usted ha escrito en sus memorias que «sabíamos que los intentos de hacerlo prosperar estaban condenados al fracaso»...

Eso suponía una evidencia para cualquiera que viviera aquellos momentos. Sabíamos cuál era la fragilidad del sistema, y que nuestra demanda sólo podía ser puramente testimonial. Por eso pensamos que era mejor abrir una disposición específica que remitiera a derechos históricos con un alcance indefinido, de modo que pudiera permitir en el futuro la articulación de un poder político también indefinido, en función de la voluntad política futura de los interlocutores. Naturalmente, lo que se hizo era remitir la cuestión a un momento más propicio en términos políticos.

­¿Es éste el momento? ¿Es posible ahora el reconocimiento de la autodeterminación?

Hacerlo ahora es mucho menos jugar a la ruleta rusa que en 1977. Entonces era imposible. Ahí estaban el 23-F, la Operación Galaxia... Y eso lo vimos nosotros, lo vio Carrillo, lo vio todo el mundo que tenía que jugar entonces a la política real y no a otra cosa.

­¿Yqué factores son los que hacen viable esa posibilidad?

Entre otras cosas, el sistema político español actual, con todas sus limitaciones y vergüenzas, tiene el cerco de una Europa con solera democrática que haría inconcebible que en su seno hubiera un régimen dictatorial y se produjera una represión brutal como la que era más que previsible en aquel momento. Hoy estamos hablando con normalidad cotidiana de conceptos que entonces eran prácticamente anatemas, como la autodeterminación o la independencia. Son parte del menú político. Yo todavía recuerdo las primeras conferencias de gentes que ahora estamos en diferentes partidos abertzales, en la dictadura, y recuerdo el rumor que había en los frontones y los teatros cuando oían la palabra «Euskadi». Para mí, hoy es inconcebible una marcha atrás. Si el Estado español desoyera con una represión feroz un planteamiento legítimo de una mayoría de la sociedad vasca y ésta lo hiciera patente ante el mundo y Europa a través de sus legítimos representantes, España no podría presentarse en Europa. Si hemos llegado a la hora de la verdad en una confrontación democrática, una actitud clara de firmeza de un Parlamento que por mayoría representa la voluntad popular ante todos los testigos de Europa es nuestro mejor recurso.

­¿Ycree que ése es el escenario que se va a producir?

Yo creo que sí. Parece más que previsible que todo el mundo va a mantener las posiciones actuales. Por desgracia, creo que el PSOE no va a dejar la trampa en la que le ha sumido el PP, rivalizando en esa invocación patriótica de la unidad. Y desde luego yo tengo la absoluta seguridad de que EA no va a cejar en sus posiciones, y espero que el PNV responda. Creo que ésa es la postura de Ibarretxe, por lo menos.

­¿Le ha sorprendido la reacción española tras el 30-D? Se está hablando de la revocación de la autonomía, del Ejército...

La sutileza de Fraga y de otros representantes de la derecha y la izquierda no me preocupan tanto como esa mentalidad ya inmemorial que alienta en toda la clase política desde los tiempos de Godoy. Una reivindicación nacional nos lleva a un momento de crisis inexorable, y hay que saber elegirlo. En 1977 habría sido un despropósito. Hoy estamos en un sistema que, guste o no guste, tendrá que asumir el desafío de una reivindicación democrática. Pero vamos a tener que asumir una crisis seria, y tendremos entonces encima a los sectores económicos que ven sacudidas sus preocupaciones, veremos manipulaciones informativas enormes... Eso es algo con lo que hay que contar. Ha habido revoluciones incruentas, y hasta de claveles, y eso es lo que hay que intentar, que la tensión política no pase de ahí. -

«Espero una aproximación al realismo de la ex Batasuna»­¿La única vía para forzar la crisis de que habla es el proyecto de Ibarretxe? ELA o Batasuna piden otro consenso mayor, no les gusta el plan.

ELA se ha pronunciado bastante positivamente. Todo el mundo invoca consensos de un tipo u otro, pero esas invocaciones a veces son algo topicudas, porque, para empezar, el proceso lleva casi cuatro años en el Parlamento Vasco, y ahí se ha visto la oposición de partidos minoritarios que no han querido jugar a eso. A veces es fácil decir ‘quiero un consenso total’ y utilizar eso como un derecho de veto. Eso lo hacen los partidos españoles. Todo el mundo se escandaliza de que no haya una mayoría más amplia, pero nadie se escandaliza de que una minoría tenga a raya a una mayoría que reclama más autogobierno. Y en cuanto al mundo de la ex Batasuna, el problema de todos los países que están en un proceso de emancipación es dónde hay que poner el listón del pragmatismo. Yo tengo la esperanza de que en ese mundo haya una aproximación a esa visión realista.

­Pero, ¿la visión realista es la cosoberanía? ¿Es proclamar el derecho de decisión y abocarlo luego al acuerdo con el Estado español?

A veces, «del adversario el consejo». He oído a tres ilustres adversarios del nacionalismo señalar que el esquema de esta propuesta es muy claro:primero se proclama el derecho de un pueblo vasco, en su integridad territorial, a la libre determinación; después se propone una ampliación del autogobierno, sin perjuicio de que pueda conducir a otro estatus político. Y ellos decían como conclusión: «Verde y con asas». En el mundo de esa izquierda abertzale oficial, tienen que ver también si ése es el esquema.

­¿Le preocupa que Nafarroa quede de nuevo descolgada en esa fórmula?

Sí, pero no nos engañemos. Que nadie se haga la ilusión de que una fórmula u otra de las que vayan a surgir de una conciencia nacional vasca va a tener mejor acogida, porque siempre va a haber un proceso de intenciones. Esto es como cuando algunos piensan que invocar a la Navarra histórica en lugar de Euskal Herria como fundamento del derecho de autodeterminación puede ser más digerible para los que tienen muy claro que lo que les importa es la idea que subyace. Un preclaro representante de esta derecha navarra siempre me decía cuando discutíamos:«Me da igual que digas Euskadi, Vasconia, Nafarroa o la Navarra histórica, lo que me importa es lo que hay detrás». En Navarra lo que hay que recobrar es la conciencia de su primera identidad, su condición de raíz y tronco de Euskal Herria. Y contar con la voluntad de los que aquí vivimos. Se necesita una lucha política civilizada, porque no hay fórmulas milagrosas de la noche a la mañana, ni aquí ni en Iparralde. -

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