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4 de marzo de 2006

Paz ahora..., pero con autodeterminación

En momentos en que las declaraciones abundan y los hechos políticos que importan no terminan de hacerse realidad, que el lehendakari Juan José Ibarretxe vuelva a asumir un rol activo para llevar a cabo el mandato otorgado por la mayoría del Parlamento Vasco, arroja un poco de luz en un, cuanto menos, confuso panorama político.

Los últimos meses nos han brindado generosamente una serie de motivos a partir de los cuales podemos continuar fundamentando nuestras razones respecto a por qué queremos trazar nuestro propio derrotero en la historia de los pueblos.

Las reiteradas amenazas del integrismo golpista –inconcebible en el marco de la UE y en el siglo que nos toca vivir-, las jugarretas al proyecto de Estatut –desconociendo a aquellas mayorías tantas veces reclamadas y propiciando fisuras en el campo político catalán-, las evitables muertes de presos políticos vascos y una violencia de baja intensidad funcional a circunstanciales intereses de determinadas organizaciones por sobre los de la sociedad como un todo, son sólo algunos de estos motivos.

Pero si hay uno que, a mi entender, nos ha caído como frutilla al postre es la noticia de que la UE ha reconocido la aplicación del derecho de autodeterminación a Montenegro. Cayó en el momento oportuno, dejando en off-side -al decir futbolero- a José Luis Rodríguez Zapatero, quien hasta entonces hacía esfuerzos para explicar que tal derecho no tiene, a su entender, ámbito de aplicación en Europa, ya que habría sido ideado para los procesos de descolonización del siglo pasado. Vaya, toda una antigüedad...

Pues bien, que se sepa Montenegro está en Europa, el momento político que allí se vive no es precisamente de descolonización y si de salidas de procesos dictatoriales hablamos –otro de los argumentos balbuceados- en Hegoalde hay mucho para comentar, comenzando por recordar el escaso apoyo a la Constitución del 78. Una constitución también del siglo pasado...

Pero además, el caso Montenegro tiene el agregado que quien formó parte de la cocina fue el socialista español Javier Solana, múltiple ministro del actual lobbista Felipe González.

Trabajar con el doble discurso es un viejo recurso de algunos funcionarios y amigos de la política chapucera. Si se lo trabaja con habilidad el recurso tiene su vida útil, pero irremediablemente posee fecha de vencimiento. El desprecio a la mayoría parlamentaria catalana, luego de cacarear contra la vasca, y las contradicciones sobre la aplicación del derecho de autodeterminación apuntan en este sentido.

Que el lehendakari le recuerde a muchos -no sólo a socialistas y populares- que el derecho de autodeterminación “no es negociable”, es actualmente muy importante para comenzar a poner las cosas en su lugar y ver quién es quién en esta partida. Que la violencia llegue a su fin en Euskal Herria tiene también una importancia que trasciende los inmediatos intereses político-electorales del PSOE y Batasuna, pero ese final de violencia sólo será eficaz si se permite a todo un pueblo expresar de forma efectiva su voluntad sobre su propio futuro, sin mentiras, sin trampas, sin mayorías caprichosas, sin minorías con poder de veto. Es allí dónde se encuentra el verdadero nudo de este conflicto.

Si el llamado constitucionalismo español está convencido de su verdad, que permita a los vascos y vascas expresarse libremente sobre sus futuras relaciones con España. Canadá lo hizo y allí está para testificarlo. Hasta en una de esas logran “convencer” a algunos para que claudiquen a sus viejos principios por intereses más inmediatos.

Y en última instancia, creo que a la vieja Europa no le vendría mal desarrollar un proceso de descolonización a su interior, partiendo por revisar su culto fundamentalista hacia esos “libros sagrados” que algunos dan en llamar Constituciones.

Leandro Etchichury

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